Hoy la vi mientras dormía y noté que varios rayos blancos están creciendo en su cabeza. Noté también que las líneas de expresión se están convirtiendo en arrugas y su piel muestra algunas manchas.
Ya no es la misma de antes y créanme, sé de lo que hablo, pues la conocí cuando era una niña, me enamoré de ella cuando recién salía de su adolescencia y nos casamos cuando apenas pasábamos los veintes.
Si alguien puede opinar sobre el tema soy yo, y sin miedo a equivocarme digo que ya no es la misma persona que era cuando nos casamos.
Yo siempre me he considerado una persona inteligente, y para ser tan inteligente como me creo he tomado demasiadas malas decisiones.
En mis estudios, en mis empleos, en mis aventuras emprendedoras, hay tantas cosas que he hecho mal.
Cuando escucho a la gente decir que si tuvieran la oportunidad de volver a nacer no harían nada distinto, yo me río porque si me la dieran a mí haría casi todo diferente.
Hubiera jugado más deportes, hubiera sacado mejores calificaciones, hubiera al menos intentado estudiar en mejores universidades, no hubiera saltado de empleado a emprendedor tan temprano y no hubiera querido hacer crecer mi empresa tan rápidamente como lo hice, hubiera buscado mejores socios, hubiera gastado menos y ahorrado más, hubiera invertido desde muy joven en bolsa de valores y bienes raíces.
Si tuviera la oportunidad de volver a vivir mi vida sabiendo lo que sé ahora, no me casaría con mi Esposa a los 26 años como lo hice. Lo haría antes, en cuanto fuera legal hacerlo, pues el riesgo de perderla sería demasiado alto y mi vida sin ella sería mucho menos interesante.
Ella ha estado ahí, trayendo orden a mi caos, generando pausa y silencio a mi locura, siempre apoyando sin pedir nada, poniendo en pausa su vida cuantas veces sea necesario si eso es lo que más conviene a la familia.
Aguantar este sabelotodo, a veces gruñón y a veces insoportable, mirando siempre el futuro y muchas veces obviando el presente, soñando en grande y constantemente subestimando los detalles, con poca empatía natural y absolutamente iletrado en las cosas cotidianas.
Eso es trabajo de diosas o mínimo heroínas.
Veinte años, dos hijos, un perro, siete mudanzas, tres ciudades, dos países, cuatro empleos, tres empresas, tres intervenciones quirúrgicas y una bancarrota después, aquí sigue a mi lado y yo al de ella.
Me sigue agarrando la mano cuando caminamos, seguimos escapándonos cada vez que podemos, seguimos soñando juntos y seguimos trabajando juntos, cada uno a su estilo, para alcanzar esos sueños.
¿Les conté que tiene canas y arrugas ahora? ¿Signos de vejez? Puede ser. Para mí son medallas de oro, estrellas de gene
ral del ejército, mapas detallados del camino recorrido y un recordatorio indeleble de todo lo que hemos compartido.
Me encantan, y no las cambiaría ni por 1.2 billones de dólares.